Moda lenta contra el consumo rápido

Daniela Cristancho Serrano

La industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo. Es también una de las industrias a las que más se acusa de violaciones a los derechos humanos de sus trabajadores. A pesar de que estas problemáticas han sido invisibilizadas, ha empezado a surgir Slow Fashion, un movimiento que pretende hacer de la moda una industria más justa y sostenible. Esta iniciativa ya llegó a Bogotá.

FOTO: Jeans de Little Ramonas, hechos con 50% menos agua que un jean regular.

Hace seis años, el 24 de abril de 2013, colapsó el edificio Rana Plaza, de ocho pisos, que estaba localizado a las afueras de Daca, Bangladesh. Días antes, los trabajadores textiles del lugar habían advertido a sus jefes sobre las grietas en las paredes y el frágil estado de la estructura. Esta tragedia dejó un saldo de 1.129 muertos y miles de heridos, y fue la que puso en la agenda pública las consecuencias sociales y medioambientales de la industria textil.

La industria de la moda genera más de 3 billones de dólares al año y cuenta con 40 millones de trabajadores, de los cuales 4 millones viven en Bangladesh. La razón es la tercerización de los procesos de producción de las grandes marcas. El diseño de la ropa se hace en ciudades importantes de Europa y de Estados Unidos, pero el proceso de confección se realiza eAsia o África, donde el salario mínimo es mucho menor.

Según el documental The True Cost, esta tercerización ha aumentado significativamente en las últimas décadas: en 1960, Estados Unidos confeccionaba localmente casi el 95 % de su ropa, mientras que hoy corresponde solo al 2 %.

Estas formas de producción han generado lo que se conoce como moda rápida (fast fashion), un fenómeno en el que la producción se acelera y con ello se da un consumo masivo de las prendas, pero a costa de graves consecuencias para los trabajadores y el medio ambiente.

En términos de salario, a los trabajadores de la industria textil en Camboya y Bangladesh no se les paga más de 3 dólares diarios. Colombia no es ajena a este problema. La confección de prendas en el país se hace mediante empresas satélite, que llegan a pagar 1.000 pesos por prenda. Este bajo costo de producción ha permitido que la ropa pueda ser vendida de manera masiva a precios cómodos para el consumidor.

“Yo antes decía: ‘¿Una camiseta a 20.000 pesos? Eso cuesta. Pero cuando compras la tela, le pagas a un costurero ¿Sabes cuánto se demora? Entonces piensas: ‘¿Cómo van a sacar la camiseta a ese precio? ¿Cuánto le pagan a una persona para que te la puedan vender ese precio? ”, cuestiona Claudia Martínez, creadora de Les Common People, una de las marcas que se han posicionado en Bogotá como parte del movimiento Slow Fashion, el cual pretende desacelerar la producción y el consumo desenfrenado de la moda.

Esta iniciativa, que se encuentra bajo la categoría de moda sostenible, nació como movimiento en contra de la moda rápida, se opone al maltrato de la cadena productiva, rechaza los pagos injustos y aboga por la protección del medio ambiente.

Claudia es una diseñadora y modista empírica, que ha adquirido sus conocimientos por curiosidad y pasión hacia la moda. Empezó aprendiendo a coser su propia ropa, la vendía a su círculo cercano y, posteriormente, en pequeñas colecciones para el público. La experiencia le ha enseñado lo demandante que es el trabajo en una máquina de coser, la manera como duele la espalda si la silla no es cómoda o cómo arden los ojos cuando la iluminación no es buena. Por eso, en 2015, cuando nació su marca de moda sostenible Les Common People, buscó que la persona que confeccionara la ropa perteneciera a un taller pequeño, en el que pudiera verificar constantemente sus condiciones de trabajo.

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FOTO: Pilas de residuo textil acumulado en el taller de Les Common People. Fotografía de la marca.

“Todo es un engranaje. Para mí todos los que participamos en esta cadena de producción somos importantes y debemos ganar justamente. Entonces conseguí una señora que cose sola en su taller y de manera independiente. Así yo siempre estoy verificando que tenga su salud paga, que tenga la vida que ella quiere tener”, cuenta Claudia.

La situación laboral en la industria textil es uno de los puntos más preocupantes de la moda rápida y se compara frecuentemente con la esclavitud. Según el diario El Mundo de España, la multinacional Inditex, la más importante en el mundo de la moda —con marcas como Zara, Bershka y Pull and Bear— suma más de 25.000 millones de dólares de beneficio económico. Sin embargo, esta empresa ha sido protagonista de la mayoría de escándalos relacionados con la explotación de trabajadores de confección en países orientales.

Por ejemplo, la BBC dio a conocer en 2017 que había mensajes de auxilio tejidos en las prendas de Zara. “Yo hice esta prenda que estás a punto de comprar, pero no me han pagado por ella”, decía uno de los mensajes encontrados por los compradores. En Camboya, Vice News sacó a la luz que la mayoría de los confeccionistas de ese país son extrabajadoras sexuales que, al ser capturadas por la policía, reciben la opción de trabajar en la industria textil en lugar de ir a la cárcel.

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Por lo mencionado anteriormente, la moda lenta promueve el respeto de los derechos de los trabajadores en un ambiente seguro y con salarios justos. Fashion Revolution es el movimiento global que se ha abanderado de la lucha por acabar con la moda rápida. Su eslogan ‘¿Quién hizo tu ropa?’ promueve que el consumidor les pregunte a las marcas quién confeccionó sus prendas y bajo qué condiciones.

FOTO: Empaque de El Chiro, una caja que huele a Colombia. Fotografía de la marca

En Bogotá, la marca El Chiro pretende que la respuesta a “¿quién hizo tu ropa?” siempre sea “manos colombianas”. “Tenemos la intención de que la gente se apropie de Colombia, de ‘colombianizar’ la forma en la que nos vestimos”, explica Laura Gaviria, cofundadora de la marca.

“En las publicaciones que hemos hecho es importante ponerles cara a las personas que están detrás de lo que estamos vendiendo. De cada chiro solo sacamos un número de referencias muy pequeño y los cosemos a mano. Darle valor a las personas que trabajan en sectores olvidados, los costureros o los pequeños emprendedores de la industria de la moda es fundamental, porque de eso viven muchas personas en Colombia. Cuando el cliente es consciente de que detrás de su compra están familias, cambia la mentalidad de pagar y ser un consumista más, entonces se decide a apoyar las manos colombianas”, afirma Laura.

Así, El Chiro ha optado por un manejo de redes sociales en el que se destaca la labor de los trabajadores. En su página de Instagram, han publicado, por ejemplo, la fotografía y la historia de Edward, el costurero, y de Pedro, el proveedor de empaques, en un intento de “ponerle cara a los chiros”.

El valor que otorgan marcas como El Chiro y Les Common People a sus trabajadores y a la cadena de producción, es fundamental. Comprar local no implica necesariamente hacer parte de la moda lenta. De hecho, algunas de las grandes marcas colombianas han optado por tercerizar los procesos, igual que sus homólogos estadounidenses, y hacer el corte y confección en Asia.

Hay otras marcas que sí contratan satélites colombianos, pero les pagan muy poco, algunas apenas 1.000 pesos. En pocas palabras, el precio que no paga el consumidor en la tienda, lo paga alguien más en la cadena de producción. Por eso, las marcas de moda lenta pueden pagar hasta 80.000 pesos por prenda, dependiendo del trabajo que implique su confección.

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La industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo, después de la petrolera. Según la Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa (UNECE), la moda produce el 20% de las aguas residuales y 10 de las emisiones de carbono del planeta. Esto además de que las prendas desechadas tardan más de 40 años en descomponerse, mientras que los tintes y los productos químicos, usados en ellas, contaminan el suelo y el agua.

Es un asunto especialmente preocupante teniendo en cuenta que un individuo promedio tira a la basura 37 kilogramos de textiles al año en los países del primer mundo y tan solo en Estados Unidos se generan 14 millones de toneladas de residuo textil al año. Estas cifras reflejan la idea de la moda desechable: es tan económico comprar ropa nueva que tirar prendas ‘viejas’ a la basura es una práctica común. De hecho, arreglar prendas puede resultar más costoso que comprarlas nuevas.

Frente a este problema han surgido –o mejor, resurgido– varias alternativas que buscan reducir el impacto ambiental de la compra y desecho de la ropa. Kukupú es una tienda ubicada en el barrio La Macarena, de Bogotá, que reúne todas las opciones para ser más responsables con el consumo de ropa, pues en la tienda es posible hacer intercambio de ropa y comprar prendas de segunda mano o fabricadas por marcas sostenibles.

FOTO: Ángela Sarmiento, creadora de Kukupú

Todo esto, basado en la idea de la economía solidaria. “En algunos países de Europa la gente no tenía dinero para comprar cosas y empezaron a buscar alternativas de colaboración e intercambio de bienes y servicios. El consumo de moda sostenible tiene elementos de economía colaborativa”, dice Ángela Sarmiento, fundadora de la tienda. Por esta razón, en Kukupú el consumidor puede intercambiar prendas que ya no utiliza por otra prenda que pertenecía a alguien más, constituyendo así, una forma más sostenible de renovar el clóset.

Más allá de esto, en el mercado se ha empezado a recuperar la compra de ropa de segunda. En Colombia están tomando fuerza los espacios físicos y plataformas digitales para adquirir este tipo de prendas. Ana María Cardona, fundadora de Inmorale, una página web para comprar ropa vintage, afirma: “Las personas que tienen un nivel adquisitivo alto pueden ponerse una prenda dos o tres veces, cuando la vida útil de esta es de 10 a 20 años. Entonces la idea con Inmorale es que la gente reutilice. Cuando tú trabajas con eso, quiere decir que no estás siguiendo las reglas del capitalismo y del consumo”. Así, Inmorale busca darle una segunda vida a prendas que estén en buen estado.

Sin embargo, el desecho de prendas usadas no es el único factor que genera basura. La misma fabricación de prendas implica grandes cantidades de residuo textil. Frente a esto, ha surgido la práctica de transformar el residuo en prendas de valor, conocida como upcycling.

Esto es lo que ha empezado a hacer Les Common People. Desde que nació la marca, Claudia no ha botado nada del residuo textil que ha generado, y lo ha empezado a utilizar para diseñar y confeccionar prendas nuevas: “Cuando estaba pensando en la nueva colección, cogí pedazos de tela que yo tenía e hice un saco. Me lo empecé a poner y la gente empezó a comentar que les gustaba. Entonces a toda esa tela que normalmente las empresas de confección botan a la basura se le puede dar un uso”.

Con esta idea, Claudia contactó a una empresa que confecciona chaquetas impermeables y, entre septiembre y diciembre del año pasado recogió casi 500 kilogramos de residuo textil con el que ha empezado su nueva colección. Las chaquetas hechas de retazos textiles resultan únicas, no hay una igual a otra. Les Common People se dedicará de ahora en adelante exclusivamente a este tipo de producción sostenible.

El segundo problema medioambiental que genera la industria de la moda rápida es el desproporcional gasto de agua. Según la World Wildlife Foundation (WWF), la fabricación de una camiseta de algodón, por ejemplo, gasta alrededor de 2.700 litros de agua. Por otra parte, según el World Resources Institute, la industria de la moda genera el 20 % de la contaminación de los recursos hídricos. Es tan alta que en algunos lugares de Asia las comunidades locales saben cuál es el color de temporada porque el río adquiere el color de las prendas.

FOTO: El rack de ropa de Little Ramonas en el showroom 8424 Estudio.

“Todo lo que has visto alguna vez hecho de jean ha sido lavado antes de que llegue a ti. Todas las telas vienen en un azul casi negro, entonces todos los jeans son prelavados. Usan químicos para bajar los tonos más rápido, pero ese proceso de lavandería tiene demasiado consumo de agua”, dice Mariana Puerta, una de las tres dueñas de Little Ramonas, una marca destacada en la guía de moda sostenible de Fashion Revolution en 2018. Situada en un pequeño estudio en el norte de Bogotá, esta marca se ha comprometido a hacer una línea de prendas básicas, hechas de la manera más sostenible posible. Así, trabajando con sus proveedores y con control en las lavanderías industriales, han logrado producir jeans utilizando un 50 % menos de agua.

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Al hablar con estas cinco marcas, que contribuyen de una u otra manera al movimiento Slow Fashion y a la moda sostenible, es claro que en Bogotá este mercado ha ido creciendo y se ha ido consolidando. No obstante, quedan retos por delante.

Al respecto, Ana María Cardona, de Inmorale, afirma que uno de los problemas más grandes es el clasismo propio de la sociedad colombiana. “¿Qué es lo que haces cuando ya no utilizas algo? Se lo regalas a alguien que tiene menos capacidad adquisitiva que tú, eso es lo que pasa en cualquier casa colombiana. Entonces las personas creen que al reutilizar ropa de segunda están aceptando un estatus más bajo, porque somos una sociedad clasista, en la que nos reivindicamos y legitimamos a través del otro, de lo que adquirimos y de cómo lo adquirimos”, afirma.

Por su parte, las representantes de Les Common People y Kukupú coinciden en el reto que implica la falta de educación del consumidor: “Hace 10 o 15 años nadie pensaba que esto contaminaba. Ahora que se está moviendo un poco más el problema medio ambiental, es la oportunidad para comunicar y enseñar a las personas, estén interesadas o no en la marca, que sus acciones tienen consecuencias y que siempre las han tenido”, dice Claudia. Es necesario que los compradores se sensibilicen ante los problemas sociales y medioambientales que desencadena el consumo desenfrenado de ropa.

Quizás si el consumidor empieza a exigir prácticas más sostenibles, los productores respondan a estas. Esto es lo que ha sucedido con la marca H&M, la segunda compañía de ropa más grande del mundo, con un ingreso anual de 18.000 millones de dólares. Debido al movimiento Slow Fashion, a la cabeza de Fashion Revolution, la marca ha tenido que modificar su discurso, haciéndolo más amigable con el medio ambiente. Tanto así, que hoy en día H&M impulsa a que sus compradores a que “cierren el ciclo”; es decir, los incentiva a llevar a la tienda ropa usada que se utilizará para producir nuevas prendas, a cambio de un descuento dentro de la tienda.

Esto es una prueba de cómo cuando el consumidor y el productor se lo proponen, pueden modificar el modelo sobre el cual está basada la industria textil. No es una tarea sencilla, pues, como dice Mariana Puerta, “lo más complejo es no darse por vencido, tener esa constancia de investigar más, de trabajar más, así parezca imposible. Si sigues, lo vas a lograr seguramente”. Y este es quizás el reto más grande del movimiento Slow Fashion en Bogotá: no desfallecer en el intento.

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