[Diario de cuarentena] Por primera vez en once años

¿Cómo hemos vivido los días de encierro? Estudiantes de la clase de ‘periodismo digital’ narran un día de sus vidas tras la llegada del nuevo coronavirus a Colombia.

FOTO: Tomada por Lucia Suescún Garay

Por primera vez en 11 años, Pérez se perdió y fue durante el confinamiento obligatorio. Como es usual, salió a respirar el aire fresco de las 5:00 de la mañana y desde entonces no volvió. Se fue sin comer y sin dejar rastro.

Pérez es un gato que tiene un nombre poco común. En realidad, “Pérez” es tan solo un apodo para su nombre real: Perezoso. Mi hermano lo bautizó a los tres meses de vida. Y no, mi hermano no era un niño chiquito cuando pensó en ese nombre, tenía 17 años y, de hecho, es mi hermano mayor.

Con el tiempo Perezoso se convirtió en mi mejor amigo y no pude evitar reducir su nombre a “Pérez” para poder llamarlo con facilidad las 24 horas del día. Llegaba del colegio y Pérez me recibía. Llegaba la hora de ir a la universidad y Pérez caminaba por encima de mi cara para despertarme. Llegó la cuarentena y Pérez estaba en las clases virtuales conmigo. Ha sido mi mejor compañía.

Escuché mis clases con la mente en otro lado. Imaginé escenarios de todo tipo: “Un carro lo atropelló”, “lo secuestraron”, “está perdido”, me decía. Miraba por la ventana para ver la calle, pero no había señales de un accidente, ni veía gente afuera que se lo pudiera llevar. Por mi mente pasó la típica imagen hollywoodense de los gatos que se pierden en los callejones de una gran ciudad, metidos dentro de cajas para no mojarse en la lluvia mientras mueren de hambre y frío.

Alguna vez encontramos a Pérez dentro del motor de un carro parqueado en el conjunto de casas donde vivo. Es su mejor escondite cuando está asustado, pero también el más peligroso. Era necesario identificar el carro en tiempo récord porque si el dueño decidía prender el motor, Pérez moriría. En este caso, la cuarentena jugaba a mi favor: pocos sacarían su carro.

Salí a buscar a mi gato con su bolsa de galletas preferidas, pero no funcionó. Eran las cinco de la tarde y él no aparecía. Empecé a extrañar verlo acostado sobre una cobija a pocos centímetros de mí: caliente, con la barriga llena y respirando calmadamente, en paz. Fue la primera vez que diseñé volantes de “SE BUSCA” y tuve que acercarme a los conjuntos vecinos para pedir ayuda. Lo que sentí no se lo deseo a nadie.

FOTO: Tomada por Lucia Suescún Garay

Cuando el sol se estaba escondiendo, un vigilante se acercó y dijo que una señora había visto un gato parecido atravesando el caño. En donde vivo, en Cedritos, la carrera 15 está atravesada por uno. Por un momento olvidé que el virus estaba ahí afuera, o quizás no me importó que existiera.

Recorrí cuadras gritando: “¡¡¡PÉREZ!!!” “¡¡¡PÉREZ!!!”. Pero fue inútil, podía estar en cualquier lugar. ¡Hay tantos posibles escondites! Empecé a perder la esperanza. Cuando volví a casa, decidí dejar la puerta abierta, esperando a que él llegara por su cuenta. Y ocurrió: tras un empujón, lo escuché entrar.

Hoy es el día en que todavía no sé a dónde fue ni con quién estuvo, solo me basta con saber que decidió volver y supo encontrar su camino a casa.

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Es un proyecto de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana, dedicado al periodismo digital, la producción audiovisual y las narrativas interactivas y transmedia