La librería que teje los relatos de las mujeres

Por Ana María Cañon

Ubicada en el tradicional barrio de Palermo, en Bogotá, se llama el telar de las palabras. Las creadoras de este espacio, donde las voces femeninas son protagonistas, cuentan cómo lograron convertir un sueño en una feliz realidad.

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Mujer escribiendo una carta, Gerard ter Borch: 438 × 599 pixels. Tomada de: Wikipedia.

Los libros se desbordan de la mesa de centro y, en los estantes de madera, el peso de los textos se sostiene con ladrillos. En la carátula veo relucir el rostro de una mujer que resalta en la carátula de un pequeño libro situado en lo más alto del mueble. Desde lejos, empiezo a leer a los nombres de las autoras de otros volúmenes: Maruja Viera, Flor Romero de Nohra, Rosa Casanova, Vera Grabe. Todas son mujeres. Escritoras que saben cómo hilar un relato, pero cuyas obras han sido históricamente relegadas. Ellas, entre muchas otras, forman parte de la autoría femenina en la industria editorial, que representa el 32 por ciento del mercado del libro. Sus historias, sus obras, en otros lugares ausentes o escondidos en los más lejanos anaqueles, brillan con protagonismo en la librería El telar de las palabras, un espacio donde las voces escritas de las mujeres tienen cabida.  

El lugar puede pasar inadvertido. Encontrar aquella antigua casa de ladrillo que parece esconderse entre las fachadas coloniales resulta ser toda una travesía, especialmente desde que su sede se trasladó de Chapinero Alto al barrio Palermo. Allí María Isabel Martínez me espera, justo enfrente del portón blanco que protege el espacio que ella ha creado.  

Cruzo la calle mientras ella me saluda a lo lejos y, en cuanto entro, veo en su interior una pequeña recepción al aire libre que tiene una silla y varias macetas con plantas. Parece ser el espacio perfecto para esa escena de película en la que una mujer está sentada leyendo un libro. En la parte derecha, una puerta grande se abre y me adentro en este rincón de la literatura femenina en Bogotá.  

Foto: Ana María Cañon

Atravieso un largo pasillo color blanco, que llena su vacío con pequeñas fotografías de los rostros y los cuerpos de algunas mujeres. Entro al fondo de la casa y me encuentro con la pequeña pero acogedora sala. Todo rodeado de libros, sin un orden o clasificación específica. Los textos se amontonan en el espacio, los nombres femeninos sobresalen de las portadas y las ilustraciones de los rostros de las mujeres resaltan entre los estantes de madera. Veo un sofá azul y dos sillas, una naranja y la otra verde. Me siento en el sofá, mientras María Isabel se sienta en la silla naranja. Empiezo a cuestionar su amor por la literatura y ella, con sus manos, me indica que le hable más fuerte. Me acerco a la silla verde y advierto que estoy rodeada de las obras de las mejores escritoras, poetisas e ilustradoras. Contengo el aliento un segundo y, en lo que me preparo, María Isabel se levanta por su taza de café. 

“Cuando estaba muy chiquita, mi papá me compraba las selecciones -que eran como unas revistas chiquitas-. Él las ponía en la mesita de noche y yo las cogía y me inventaba que ya leía”, dice, mientras toma un sorbo de café. Entonces, comienza a contarme que la lectura siempre hizo parte de su vida. Cuando entró al colegio, ya sabía leer y le tocaba ponerse a recitar poesías. Su padre apoyó su amor por los libros desde muy joven y le regaló la colección de Rafael Pombo y un aparato para que pudiera sentarse a leer en su casa.  

Foto: Ana María Cañon

El sonido de la calle se escucha en el fondo, como si la ciudad se sintiera alejada. En el interior de la casa, el silencio acompaña la conversación. “En primaria, cuando nos castigaban, nos metían a la biblioteca”, dice María Isabel mientras se ríe y cuenta cómo faltó a clase durante una semana hasta terminar conociendo ese lugar lleno de cuentos que le parecían muy lindos.  

Para ella, los libros siempre fueron una relación muy preciada. Conoció la Divina Comedia, de Dante, cuando era muy chiquita y le pareció un libro extraño Luego se acercó a Dostoyevski, en cuyas páginas empezó a descubrir aquellas historias fascinantes. Cada vez que viajaba de un lugar a otro llevaba un libro y, en vacaciones, compraba 2 o 3. Así terminó acercándose, de la mano de su amiga Malu, a la literatura de mujeres y, en medio de su activismo, duró unos veinte años o más buscando a las escritoras en las librerías.  

La primera autora que se cruzó en su camino fue Isabel Allende, el primero fue La casa de los espíritus. Luego siguió con Ángela Becerra y a Laura Restrepo. “Lo que me ha gustado de ser lectora es que cuando hay un autor o autora que me atrapa en su primer libro, me leo todas las obras”, reconoce María Isabel mientras sostiene la taza de café entre sus piernas.  

Con esa obsesiva pasión por los libros, se dio cuenta de que era más que una lectora. Cada vez que tenía plata, la gastaba en libro. Su plan favorito era sentarse a leer sola en una librería o un café cultural. Aunque tenía una cómplice, su amiga y cofundadora del proyecto, María Lucía Rapacci. Con ella entendió que podía tener un espacio para compartir lo que leía. 

Foto: Ana María Cañon

Cuanto más leía, más buscaba, con avidez, nuevos autores y autoras. En ese ejercicio se dio cuenta de que muchos libros escritos por mujeres no llegaban a las librerías. Muchos de ellos estaban relegados, escondidos u olvidados.  

Me detengo a observar un momento un mueble giratorio lleno de libros de la editorial Salamandra, los nombres de las mujeres siguen apareciendo en las portadas: Coral Herrera, Nana Rodríguez, María Tabares, Andrea Cote. Finalmente, le preguntó a María Isabel sobre su inspiración para crear la única librería de mujeres en Colombia, y resulta curioso que la respuesta sea: Alice Munro. Entre decenas de escritoras que permanecen en su librería personal, Munro logra ser su musa, por un relato en el que la protagonista tiene una librería. Y así, entre risas, la fundadora de El telar de las palabras admite: “yo ya no tenía nada que hacer y me pareció una idea muy chévere”. 

Materializar su deseo de tener un espacio para la literatura femenina no fue solo una cuestión de inspiración. En aquel momento, María Isabel trabajaba en la Secretaría de la Mujer y llevaba bastante tiempo dando formación política a mujeres. Entonces, le comentó su interés a María Lucía y entre las dos crearon una tradición: Sábados de librerías.  

Las dos amigas se reunían todos los sábados para ir a buscar librerías. Los miércoles, María Isabel se sentaba a buscar en internet las librerías de mujeres que existían en el mundo. “En esa época logré enumerar como 7 librerías de mujeres”, dice María Isabel, mientras hace un listado de los países: España, México, Chile, Buenos Aires, Italia y ahora, gracias a ella, Colombia. 

En la librería hay un pequeño comedor de madera, un perchero y más plantas. Giro mi cabeza y observo que de la pared cuelgan cuatro cuadros. Me detengo en uno de ellos. Es una habitación que parece estar vacía, pero en el reflejo de un espejo se ve una mujer. Entonces, recuerdo que María Isabel quería que su librería fuera una habitación para las mujeres y le pregunto sobre eso. Me explica el argumento de Virginia Woolf, del cual surge el concepto, mientras mueve sus manos de forma explicativa. Habla del por qué las mujeres necesitamos condiciones físicas que nos permitan dedicarnos a leer y a escribir. Por eso, su librería busca ser ese espacio cultural para las mujeres.  

Mientras María Isabel cuenta sus anécdotas, percibo un olor fresco que invade el lugar y me percato de que cerca de los muebles está ese aroma que guardan los libros. Contra la pared, un proyector blanco que se asoma entre la infinidad de tomos y ejemplares da cuenta de que la librería también es un sitio de encuentro donde se hacen talleres, conferencias y presentaciones de las escritoras. 

Una de ellas se llama Adriana Carrillo, una escritora independiente que encontró en este espacio una red de crecimiento. Para ella, haber conocido la librería hace más de 6 años, vincularse en eventos o, incluso, llevar sus libros le abrió toda una plataforma para ser reconocida. “Este lugar impacta con el solo hecho de existir. Si existe un lugar que se dedica a mostrar las obras de las mujeres, le da un valor y eso hace que el resto de la sociedad lo tengamos más en cuenta”, cuenta Adriana en medio de una reflexión sobre lo que significa El telar de las palabras para ella.   

Algo similar piensa Nancy Lee, una visitante recurrente. Ella, como muchas otras, empezó buscando ese lugar prometido de la literatura femenina. Cuando llegó, entró por la puerta y le dijo a María Isabel: “por fin las encontré”. Con el tiempo, esta cliente fiel se volvió amante de El telar de las palabras. En 2019 pudo conocer en persona a grandes escritoras como Pilar Quintana y Rosa Montero. Todo gracias a las actividades y talleres que se organizan en la librería. “Afortunadamente, de un tiempo para acá, el mundo y las mismas mujeres se han preocupado por desempolvar y volver a publicar a las mujeres”, dice Nancy Lee en un tono serio.  

Algunas figuras de mujeres se asoman en la cima de un mueble negro. El cuerpo femenino, con su silueta tridimensional, permite entender el lugar que ocupa la mujer en ese rincón de lectura. Para María Isabel las mujeres somos parte de una sociedad repleta de situaciones y contextos machistas, y son muchos los motivos que nos impiden dedicarnos a la cultura. “Las mujeres no tienen plata para comprar libros, no tienen el tiempo, algunas no ven bien y muchas otras no entienden”, dice María Isabel con la taza de café en su mano.  

Foto: Ana María Cañon

Las paredes blancas de esa casa colonial podrían dar la sensación de vacío y desgaste, pero gracias a los más de 200 libros que ocupan las repisas, el espacio se vuelve más que una librería. Para Adriana Carrillo, es “un lugar muy especial”, y para Nancy Lee, un “lugar seguro para las mujeres”.  

Del techo cuelgan un par de atrapasueños, un sutil símbolo que me hace preguntarle a María Isabel lo que sintió al cumplir su sueño de inaugurar la librería. Fue el 5 de mayo de 2016 cuando María Isabel se llenó de inmensa alegría al ver que su librería por fin era un espacio real, donde el contenido y la calidad son los pilares para compartir el trabajo de cientos de mujeres que se han ganado su lugar en la industria editorial a pulso.  

Ahora, a sus 64 años, María Isabel sigue recordando con claridad cuando su amiga Marcela le puso nombre a esa idea que nació de la novela de Alice Munro.

El telar de las palabras, casualmente, se refiere a una metáfora que Irene Vallejo explicaría tiempo después, pero que María Isabel resume al decir que “cuando se habla de telar, es tejer, y las mujeres, en su oralidad, fueron las que tejieron las palabras.”   

Para María Isabel Martínez, Adriana Carrillo y Nancy Lee no ha sido fácil ganarse ese lugar que merecen en la industria editorial. Pero fundar una librería de mujeres significa tener la oportunidad de compartir, leer y escribir rodeadas de apoyo y, aunque los nombres de las mujeres son los protagonistas, María Isabel quiere dejar en claro que es un lugar al que también pueden ir los hombres, para conocer aquellos nombres que se esconden en las repisas de las grandes librerías.  

Termino la entrevista y doy un largo paseo revisando los libros que hay, entonces me doy cuenta de la infinidad de nombres femeninos que desconozco y busco sin parar un libro que pueda convertirse en ese primer paso para conocer más sobre la literatura femenina. Finalmente, encuentro un título llamativo: Rehacer los géneros, de la autora Katarzyna Paszkiewicz. Tomo el libro y me percato de que en su portada, color morado, se lee el siguiente subtítulo: “mujeres cineastas dentro y fuera de Hollywood”. Decido comprarlo.  

Este libro es el recuerdo más simbólico que me puedo llevar de aquella librería, desde el título hasta el color representan esa nueva forma de entender la literatura femenina y el alcance que tiene. Salgo de la librería y reflexiono sobre cómo en ese lugar, tejer y narrar, en muchos sentidos, se parecen. Por eso, mientras las mujeres tejen sus relatos, las estanterías de El telar de las palabras se desbordan con las narraciones de sus libros.

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Es un proyecto de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana, dedicado al periodismo digital, la producción audiovisual y las narrativas interactivas y transmedia