El reto de ser un estudiante con depresión

Según la OMS, la depresión y la ansiedad son unas de las principales causas de incapacidad y enfermedad entre los adolescentes: ¿cómo ser funcional y cumplir con los deberes que exige una carrera universitaria cuando incluso levantarse de la cama supone un esfuerzo mayor?

Por Andrés Camilo Urrea

Ilustración: Andrés Camilo Urrea

“Cuando el día pinte de blanco y negro, sonríeles a colores”, dice una calcomanía pegada en la pared del edificio en el que estoy sentado escribiendo este texto. Hoy puedo sonreír. Estoy de suerte porque logré levantarme, bañarme, desayunar y salir a la universidad, ¿pero si no lo hubiera logrado? Quizás estaría acostado en mi cama, sintiéndome culpable por no ser lo suficientemente fuerte para cumplir con esas cosas básicas que todo el mundo parece lograr a diario.

Ser un estudiante funcional es todo un reto, en especial si sufres de depresión. ¿Cómo es posible cumplir con tus obligaciones cuando no tienes fuerza ni para cumplir con las tareas de cada día? ¿Cómo puedes responder por los trabajos cuando no puedes responder ni por ti mismo? Es muy complicado encontrar el balance entre las responsabilidades académicas y el bienestar personal. “Uno en el ambiente académico tiene muy normalizado el estrés y el sentirse abrumado y frustrado por no rendir, distraerse o sentir que está perdiendo el tiempo”, dice Paula Díaz, estudiante de psicología de la universidad Konrad Lorenz.

En cualquier caso, estar acá sentado es todo un logro. Al fin y al cabo, es semana de parciales: una cuando se maneja mucho estrés. “En semana de parciales hay picos en las citas prioritarias —cuenta Ana Camila Laverde, psicóloga del Centro de Asesoría Psicológica y Salud de la Universidad Javeriana—. Vienen muchos estudiantes que manejan mucho estrés y ansiedad”.

Ahora bien, según la OMS, “la depresión y la ansiedad se encuentran entre las principales causas de enfermedad y discapacidad entre los adolescentes”. Sin embargo, a estas enfermedades muchas veces no se les da la relevancia suficiente tanto en centros de salud, como en empresas e instituciones educativas.

En la Universidad Javeriana, por ejemplo, existe el Centro de Asesoría Psicológica y Salud, que hace parte de la Vicerrectoría del Medio Universitario y busca velar por el bienestar y la formación integral de los estudiantes. El centro se divide en dos líneas de atención: la línea de Salud, que abarca tanto la salud física como mental, y la línea de “Trayectoria”, que se enfoca en el proceso académico de los estudiantes.

El centro ofrece servicios de Escucha Activa y consulta psicológica, donde los estudiantes pueden recibir apoyo emocional y una terapia breve. Para acceder a estos servicios, se debe seguir el conducto regular, comenzando por la Escucha Activa y, en caso necesario, siendo remitidos a consulta psicológica. Además, se ofrecen citas prioritarias para personas que se encuentran en momentos de crisis, en una suerte de primeros auxilios psicológicos, que tiene un costo de $4.200.

Fotografía: Andrés Camilo Urrea

El centro atiende aproximadamente entre 6.000 y 8.000 personas al año, pero durante periodos de parciales, la demanda de atención aumenta, lo que resulta en picos de citas prioritarias. El problema es que el centro no cuenta con el equipamiento para atender el alto flujo de personas. En los picos, la asignación de citas puede llegar a tardar hasta tres semanas o incluso un mes. De igual forma, el acompañamiento es regular: un seguimiento real de los casos solo se da para los de alto riesgo y se hace por vía telefónica.

Si bien este es el caso particular de la Javeriana, es necesario que toda institución educativa cuente con espacios efectivos que velen por la salud mental de los estudiantes y hagan un seguimiento constante de los casos para garantizar el bienestar de toda la comunidad educativa.

Para seguir con el ejemplo de la Javeriana, en la universidad se han presentado cuatro casos de suicidio en los últimos cinco años. Si bien la mayoría de las víctimas no hacía parte de la comunidad educativa, son cifras preocupantes. Según los boletines informativos de Medicina Legal, de enero a marzo de 2023 se presentaron 68 suicidios en adolescentes (de 12 a 17 años) y 205 en jóvenes (de 18 a 28). Este último grupo poblacional es el que más víctimas reporta en general. Además, los suicidios en jóvenes aumentaron un 13,02% con respecto al año anterior.

Además de las preocupantes cifras de suicidios, según la OMS, “el hecho de no ocuparse de los trastornos de salud mental de adolescentes tiene consecuencias que se extienden a la edad adulta”. En la academia, concurrida en gran parte por esta población joven, la salud mental muchas veces es descuidada. A pesar de que hay instituciones educativas que brindan un acompañamiento psicológico a sus estudiantes, esto no se hace de la mejor forma.

En la universidad Javeriana, por ejemplo, no es clara la forma de acceder a un acompañamiento psicológico: las páginas que brindan asesoría no están actualizadas o muestran información que es diferente dependiendo del lugar en el que se busque. De igual forma, el acompañamiento es muy limitado y no llena las expectativas o responde correctamente a las necesidades de las personas.

Por otra parte, los profesores muchas veces están desinformados y no saben cómo tratar estos temas o cómo llevar los procesos de personas que sufren de depresión que están diagnosticadas con algún trastorno mental. De cierta forma, este es el caso de Laura, estudiante de comunicación social de séptimo semestre.

“Mi nombre es Laura Ibagón y esta es mi historia”, dice con una pequeña sonrisa y una mirada pícara justo antes de echarse a reír. Laura está diagnosticada con Trastorno mixto de ansiedad y depresión hace dos años.

Fotografía: Andrés Camilo Urrea

Hace poco, tuvo una crisis generada por el desgaste académico que vivió en los últimos meses en la universidad, pero solicitó una cita psicológica y pudo ser recibida en emergencias psiquiátricas para ser atendida y evaluada. Aunque, todo salió bien y logró ser estabilizada en aquel momento en el que su vida corría peligro, lo que vino después fue bastante complicado.

Laura tenía que entregar un trabajo parcial, pero por la situación que se presentó le resultó imposible hacerlo a tiempo. Sin embargo, al hablar con el profesor le negaron la posibilidad de entregar el trabajo por fuera del tiempo establecido a menos de que hubiera una autorización de la carrera. Es cierto que en las universidades hay un conducto regular al momento de presentar excusas médicas, pero someter a una persona que se encuentra en un estado de vulnerabilidad mental al proceso estresante y tedioso de enviar excusas, hablar con la dirección de carrera y con la decanatura para solicitar un supletorio es poco empático.

A pesar de esto, los administrativos fueron bastante comprensivos, le facilitaron el proceso y no le cobraron el supletorio debido a que contaba con una excusa médica y justificó que no tenía la capacidad económica para pagarlo.

El caso de Laura no es un caso aislado: este tipo de trámites muchas veces no están bien diseñados en las universidades y no tienen en cuenta las necesidades de los estudiantes. Lo último que necesita una persona abrumada es someterse a procesos largos e inciertos para poder cumplir con las responsabilidades que dejaron de lado en momentos de crisis.

Por ello es necesario que estos trámites nazcan desde la empatía y que haya un acompañamiento que garantice la tranquilidad de los estudiantes, en especial cuando el motivo de incumplimiento de las obligaciones está relacionado con la salud mental.

Hablando con Laura, llegamos a la conclusión de que, en cualquier caso, es necesario para todo estudiante establecer a la salud mental como una prioridad. “Es importante escucharse a sí mismos cuando necesitan un tiempo -dice -tal vez luego se acumulen las cosas, pero si uno necesita un respiro, es mejor tenerlo antes de que la mente colapse”.

Otro caso similar es el de Daniela, quien además de depresión crónica, está diagnosticada con trastorno límite de la personalidad y ansiedad generalizada.

Ella muchas veces se siente estancada, sin energías para hacer las cosas. Muchas veces, incluso no logra “lo básico”: levantarse de la cama o lavarse los dientes. Ella, sin embargo, siempre cumple con sus responsabilidades académicas. Cuando le pregunto cómo es posible que lo logre, me responde diciendo: “me cuesta mucho, pero no tengo opción. Tengo que hacerlo -dice- estoy becada, entonces no me puedo dar el lujo de decidir no entregar los trabajos”.

Fotografía: Andrés Camilo Urrea

Por supuesto, Daniela siente que su depresión afecta su desempeño académico, pero también ocurre lo contrario: la parte académica la afecta emocionalmente. “Si veo que no puedo hacer un trabajo o siento que no está saliendo como quiero, me hundo -me dice con un quiebre en su voz-yo sé que suena mal, pero yo siento que mi valor como persona depende de mis notas”.

Recientemente, se le presentó un episodio de depresión que le duró varias semanas. Dormía mucho y aplazó sus trabajos hasta último momento. Como consecuencia, no pudo entregar un trabajo final. La situación pasó a mayores porque, para ella “ninguna herramienta ha sido de ayuda”. Los profesores no la apoyan y no ha sabido cómo acceder a los servicios del Centro de asesoría psicológica de la universidad. Ante esto, Daniela cuenta que tuvo un intento de suicidio con el objetivo de “conseguir una excusa para no presentar el trabajo o morir en el intento”.

Este es un claro ejemplo de depresión en estudiantes estando ligada a estrés académico, problemas financieros e inestabilidad mental. A pesar de eso, como estudiantes, somos conscientes de nuestras responsabilidades y a veces las llevamos a extremos innecesarios en los que no solo ponemos en riesgo nuestra salud mental e integridad física, sino que vemos afectado nuestro proceso de aprendizaje.

Con estos casos de personas cercanas a mi círculo, me es inevitable volver a una de las preguntas iniciales de este texto: ¿qué hubiera pasado si hoy no me hubiera podido parar de la cama? ¿hubiera podido escribir este reportaje? ¿me sentiría culpable e insuficiente por no poder cumplir con mis asignaciones?

Tengo muy claro que debo cumplir con mis responsabilidades, pero también sé que debo procurar que las cosas se muevan a mi ritmo y no al contrario. Todos tenemos derecho a no sonreír a cuando el día o la semana pinta de blanco y negro. Estamos haciendo lo mejor por ser personas funcionales en un mundo que, aunque es muy bello, es abrumador y, en últimas, no podemos ser funcionales sin estar sanos, estables y cuerdos.

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Es un proyecto de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana, dedicado al periodismo digital, la producción audiovisual y las narrativas interactivas y transmedia