El barrio Calderón Tejada: una historia de lucha y reconocimiento nacida entre árboles

Contra los Cerros Orientales de Chapinero, en Bogotá, se alza un barrio que ha resistido por décadas y que contrasta con los modernos edificios que lo circundan. ¿Cómo han luchado sus habitantes para que la gran ciudad no los arrase?

Por Loren Buitrago

Obreros del barrio Bosque Calderón Tejada preparando la construcción de las primeras viviendas de concreto en 1975. Atrás se ven los cerros orientales de Bogotá, en los que queda un vestigio de las antiguas canteras que hacían parte de la hacienda Calderón Tejada a principios del siglo XX. Fotos de archivo del Padre Alberto Parra.

Un bosque frondoso rodeaba las montañas del oriente de Bogotá en Chapinero. Los árboles eran altos y ayudaban a camuflar las canteras y la extensa mina de carbón que se encontraba allí. Así se veía desde lejos la hacienda de la familia Calderón Tejada en la década de los años veinte. De cerca, podía observarse a niños jugando y correteando, personas bañándose en la quebrada Las Delicias y secándose a la luz del sol en los lugares en los que los árboles no la bloqueaban. Lo que en un inicio era la hacienda de la respetable familia Calderón Tejada, habitada en su mayoría por obreros, campesinos y sus familias, se convirtió en una comunidad unida por el deseo de proteger el territorio que se volvió su hogar. 

Luis Calderón Tejada se encargó de darles a sus empleados, además de su salario, un pedazo de tierra dentro de la hacienda donde podían construir sus propios hogares como pago por su trabajo en las canteras. Fue una cuestión de palabra, un contrato hablado, de los que antes tenían vigencia y valor. Con la muerte de Luis Calderón y su esposa, tales contratos -que habían quedado entre Luis y sus trabajadores- quedaron en el olvido. A finales de los años setenta los hijos de los Calderón Tejada comenzaron a reclamar las tierras que, por herencia, les pertenecían y que, al contrario de los contratos hablados, podían demostrar con papeles: sus actas de nacimiento. El problema era que el terreno ya no era una hacienda. Sus fronteras se habían diluido desde los años 30, cuando empezó a crecer geográficamente como un barrio: el barrio Bosque Calderón Tejada.

Limitaba en ese entonces con Los Olivos, Pardo Rubio y San Martín, todos barrios pobres de la localidad de Chapinero ubicados arriba de la carrera primera formando los límites de la ciudad. Diez cuadras más abajo, en la carrera décima, se encontraba la antigua sede de la Universidad Javeriana, donde se realizaban labores académicas y funcionaba un hogar para estudiantes, profesores y curas. Allí, el padre Alberto Múnera, el padre Alberto Parra, el padre Gilberto Duque y Hernando Herrera, un joven cercano a ordenarse como sacerdote, comenzaron un proceso de acompañamiento a los habitantes de Bosque Calderón Tejada.

“Lo que en un inicio era la hacienda de la respetable familia Calderón Tejada, habitada en su mayoría por obreros, campesinos y sus familias, se convirtió en una comunidad unida por el deseo de proteger el territorio que se convirtió en su hogar”.

Nosotros llegamos en 1975 ―explica el padre Alberto Parra― cuando hablamos con los habitantes nos contaron cómo fue que se asentaron allí, y eso fue desde inicios del siglo XX, por allá en los veinte y antes. Cuando llegamos había desorganización, porque lo que hicieron fue pasar la circunvalar por ahí sin tener en cuenta los barrios ni las casas ni nada, nadie pagó un solo peso por esos terrenos. Eso era de todos y de nadie…”.

Lo primero que hicieron Parra, Múnera y Duque fue dividir los terrenos para que fueran identificables. “Ellos ya tenían lo más importante, que era la consciencia personal de que esa era su legítima propiedad. Entonces lo único que uno puede ofrecerles es lo mínimo”. Con “lo mínimo”, Parra se refiere a las herramientas necesarias para la conservación del territorio. Fue así como estudiantes y profesores de la facultad de ingeniería y arquitectura de la Universidad Javeriana comenzaron a dividir los predios de 35 familias para que pudieran reconocer sus límites geográficos. Más tarde, esta división ayudó con la legalización de los predios. Para estar más presentes, ubicaron una casa prefabricada que sirvió como iglesia y centro de pastoral mientras los padres y estudiantes ayudaban en la zona. 

“Lo primero que uno dice es: ‘esta gente tiene derecho, derecho a la tierra que habita’, pues porque uno reconoce el derecho de propiedad. La legitima posesión por mucho años da el título de vivir, el derecho de pertenencia. No son simples aparecidos, realmente son propietarios”, cuenta el padre Alberto Parra, y toma en sus manos una foto de obreros construyendo (foto 2) . “Nosotros ―continúa― ya llevábamos más de 5 años trabajando con la comunidad cuando llegó un hombre -Alfonso Beltrán Ballesteros- que dijo que venía en nombre de la fundación Manuela Beltrán, y exhibió unas escrituras diciendo que esa fundación era propietaria de un gran sector de Bosque Calderón y que las familias que allí residían lo estaban invadiendo, que eran invasores”.

habitantes de Bosque Calderón Tejada construyendo sus hogares en 1975. La comunidad se unió junto a obreros de todas partes de Bogotá para edificar viviendas en el barrio. El padre Alberto Parra contó que los obreros estuvieron dispuestos a trabajar por un menor precio del habitual para ayudar a la comunidad de Bosque Calderón. Fotos de archivo del Padre Alberto Parra.

En ese momento inició una disputa por el territorio en la que los habitantes del barrio tenían muchas posibilidades de perder. Los organismos oficiales, respaldados por la constitución, favorecen los contratos y herencias por escrito, más no los contratos verbales. Mucho menos si quien hizo tal promesa -en este caso, Luis Calderón- estaba muerto y no podía dar constancia de la promesa que alguna vez hizo. “Comenzó entonces una disputa legal en la que nosotros decidimos intervenir para seguir apoyando la comunidad. Me acuerdo de que nos acusaron de ganar plata con eso ―cuenta el padre Alberto Parra riendo―. Decían que dizque si nos pagaban por eso. A nosotros nadie nos pagó nada. Eso sí, tuvimos ayuda del CINEP”.

El Centro de Investigación y Educación Popular, o CINEP es una fundación sin animo de lucro de la Compañía de Jesús que busca la construcción de sociedades más justas y equitativas y trabaja en la construcción de la paz en Colombia. Se creó en 1972 y desde ese entonces estuvo presente en el proceso de recuperación, reconstrucción y defensa de Bosque Calderón Tejada. En sus primeros meses puso a disposición del barrio dos abogados y asesorías legales. “Los mismos abogados nos dijeron que no podíamos pasar por encima de las peticiones de Alfonso Beltrán Ballesteros, el apoderado del predio de Bosque Calderón, porque legalmente teníamos todas las de perder”, dice el padre.

Fue así como a principios de los años ochenta, empezó la disputa por los predios de la hacienda y barrio Bosque Calderón Tejada, en la que participaron obreros, estudiantes (universitarios y los niños y niñas del barrio) y profesionales de distintas fundaciones.

“Lo primero que uno dice es: “esta gente tiene derecho, derecho a la tierra que habita”, pues porque uno reconoce el derecho de propiedad. La legitima posesión por mucho años da el título de vivir, el derecho de pertenencia. No son simples aparecidos, realmente son propietarios”.

Cuando Jaime Ortega León llegó a Bosque Calderón era estudiante de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana. Tenía 20 años e iniciaba su vida religiosa junto a los Carmelitas. Venía desde Villa de Leyva, Boyacá, para culminar sus estudios. Allí conoció el trabajo pastoral de los padres Jesuitas en el barrio Bosque Calderón: “El trabajo pastoral no se limita a los estudios de la biblia, nosotros entendemos que la formación religiosa sin la formación humana y social está incompleta. La formación religiosa es también formación de la conciencia”.

Jaime, al llegar al barrio, miró a su alrededor. Su estadía fue breve, un poco más de un año, pero aún recuerda los detalles de aquel lugar. Las calles eran de tierra, llenas de piedra y escombros, algunos las llamaban trochas. Las casas estaban construidas con pedazos de escombros, latas, ladrillos, cartón y madera. Algunas incluso tenían en sus paredes pedazos de lata que sobraron de cuando aún era la hacienda Calderón. Aun las que estaban construidas con ladrillo lucían incompletas. Esto debido a que Jaime llegó al sector en 1985, cuando las obras de reconstrucción del barrio estaban todavía en marcha. En cada casa habitaban numerosas familias, y no había una sola persona que no se conociera con su vecino.  

La distribución del barrio no era muy diferente a la de hoy. Hacia el cerro se encuentran la mayoría de las casas porque el barrio ha ido creciendo hacia arriba. Al nororiente se encontraba el inicio de la construcción del campus de la Universidad Manuela Beltrán, y, al occidente, se encontraba -y encuentra- la cascada Las Delicias. 

Mapa del barrio Bosque Calderón Tejada. Foto tomada de Google Maps.

Para unirse a los grupos de acompañamiento en Bosque Calderón no había convocatorias. Los habitantes del barrio estaban unidos y organizados desde los años treinta; muchos antes de que llegara incluso la comunidad Jesuita. La unión y sentido de propiedad y familiaridad con los otros fue lo que los mantuvo en pie durante décadas. Sin embargo, las puertas no estaban cerradas. Así fue como Jaime llegó a las barricadas de resistencia: primero: por casualidad, al oír a sus compañeros de clase y profesores, se interesó de inmediato. Segundo, por voluntad y, lo más importante, guiado por sus ideales: “No puedo hablar por los demás, no sé cuáles fueron sus motivaciones, pero en mi caso, fue consecuencia de mi fe. Hay que defender los derechos de las personas porque ¿de qué sirve que yo le diga “Dios te ama” a una comunidad si no les hago sentir eso en la vida cotidiana? Su lucha era justa, y quería hacerles sentir la solidaridad de la que yo les hablé, a ellos y a todos a mi alrededor, durante tanto tiempo”

Se podría decir que la lucha por la autonomía de Bosque Calderón Tejada tenía tres escenarios: el legal, en sus calles de día y en sus calles de noche.  De día se desarrollaban los tropeles entre la comunidad, los estudiantes y el ESMAD. Los gases lacrimógenos llenaban de humo las calles del barrio y las tanquetas se asomaban desde abajo, en la circunvalar, hacia arriba de forma amenazante. “A nosotros nos insultaban, nos decían de todo. Que mamertos, que invasores. Que nos fuéramos, que dejáramos de joder”, dice Alberto.

De noche no se trataba de quién le hacía más frente al tropel, sino de estrategias silenciosas. De noche no había protestas con pitos, banderas y consignas, tampoco gases lacrimógenos. De noche era el momento de pasar inadvertidos. “Se trataba de proteger sobre todo en las noches, no se hacía ruido porque las demás personas del barrio estaban dormidas. La idea era esconderse, pasar desapercibido y verlos llegar. Ponerles trabas para detener las tanquetas y todos los escombros posibles para no dejarlos subir”, cuenta Jaime. 

Vista de Bogotá desde el barrio Bosque Calderón Tejada en los años ochenta. Los escombros que salían de las obras de reconstrucción del barrio eran utilizados por los habitantes para frenar las tanquetas y carros de policía que pretendían subir por sus calles. Fotos del archivo del Padre Alberto Parra.

La resistencia en Bosque Calderón era una representación adulta y a gran escala de las rondas infantiles; “juguemos en el bosque mientras el lobo no está, si el lobo está, todos a casa y se activan barricadas”. Jugar al escondite, y, en parte, a los planes de sabotaje que películas extranjeras como Mi pobre angelito retratan como bromas de niños, pero que, en Bosque Calderón fueron por años sus armas de defensa.   

Cuerdas que hacían tropezar, calles enlodadas que hacían hundir hasta las ruedas más resistentes, barriles que rodaban o se enterraban en tierra para frenar a quien subiera; la resistencia en Bosque Calderón era todo un juego de inteligencia. ―De noche no se tiró ni una sola piedra, era una vigilancia por turnos. Nosotros, los estudiantes, íbamos cuando nuestro calendario académico nos lo permitía, unos días iban unos, luego otros y así―.

No se trataba sólo de quedarse esperando en medio de la noche, aunque pasarla sí suponía una victoria. En la noche llegaba la fuerza pública, lista para hacer el desalojo. Si se les detenía, empezaba su retirada, y lo único que quedaba era esperar al amanecer mientras volvía la policía acompañada del poder judicial. La espera no era estática. Jaime recuerda las grandes ollas comunitarias que hacían entre los vecinos y vigilantes de turno. 

“¿Usted tenía frío? no pasaba nada, se levantaba e iba a la fogata por un tinto. Cocinábamos de todo, sancochos, tinto, caldos, canelazos, incluso ahí de vez en cuando había uno que otro tinto con guaro”, dice Jaime entre risas. Los habitantes, padres y estudiantes se sentaban en círculo a cantar, a hablar, orar, a pensar la resistencia y dignidad social desde un enfoque teológico y religioso. Muchos expresaban su agradecimiento por el acompañamiento y por la oportunidad de pensar su situación política, social y económica a través de su fe. 

Era un espacio, no sólo de resistencia, también de acompañamiento que incluso hoy algunos habitantes recuerdan como Marta Inés Díaz, una mujer de 64 años que nació y creció en el barrio. En una entrevista publicada en El Tiempo, Marta Inés menciona: Nosotros hemos luchado por el Bosque porque tenemos una historia que se construyó desde que vivíamos en piso de tierra hasta ahora que tenemos baldosa. Todo lo que tenemos ha sido con nuestro esfuerzo físico y económico”.

“Cuerdas que hacían tropezar, calles enlodadas que hacían hundir hasta las ruedas más resistentes, barriles que rodaban o se enterraban en tierra para frenar a quien subiera; la resistencia en Bosque Calderón, era todo un juego de inteligencia”.

Otro reto que enfrentaban cada mañana era la llegada de los entes oficiales del gobierno, cuando llegaban los jueces, abogados, terratenientes y alcaldes locales subían al barrio. Allí todo se convertía en una contienda de palabras, de argumentos. Había por lo menos un intento de desalojo al mes, y hubo al menos quince negociaciones del terreno desde 1975 hasta 1990. Usualmente los funcionarios del gobierno eran citados a la capilla improvisada y los habitantes del barrio, junto al Padre Alberto Parra, negociaban con ellos. Sin embargo, sólo uno de esos intentos de desalojo culminó en lo que los diarios bogotano titularon como “Un secuestro de película”.

Una mañana, Hernando Herrera Anaya, quien acompañó a Parra, Duque y Múnera en todo el proceso de acompañamiento a Bosque Calderón Tejada, bajó hasta la alcaldía local de Chapinero junto a 3 habitantes del barrio. Hernando entró al despacho de la inspectora segunda mientras sus compañeros vigilaban y la amenazó: “No haga la diligencia de desalojo, como no se pudo legalmente, nos tocó por las malas”, dijo Hernando Herrera aquel día. 

“¿Qué pasó con Hernando? ¿Dónde está Hernando?” ―el padre Alberto Parra sonríe mientras pronuncia estas palabras con una sonrisa―. Eso fue lo que yo dije aquella mañana del 26 de mayo de 1992 antes de recibir una llamada del provincial en la que me dijo:

―Alberto, ¿tú sabes qué es lo que está pasando?

―No, ¿qué está pasando? ―le respondí

 ―Hernando Herrera se metió a la alcaldía y tiene secuestrada a la alcaldesa menor de Chapinero, la ciudad está incendiada, los medios están detrás de eso.

Hernando pasó la noche en la puerta de la alcaldía junto a sus compañeros esperando el momento oportuno para entrar. Él era un estudiante becado de la facultad de teología de la Universidad Javeriana, que también estaba culminando su iniciación como cura jesuita. Nació en Santander, y en el año 1992 tenía entre 28 y 31 años. 

 “No voy a dejar que haga el desalojo ―dijo Hernando aquel día ― no hay justicia en esto que usted quiere hacer”. Justo después de decir estas palabras, Hernando tomó una peinilla que tenía en el bolsillo de su chaqueta y, sin sacarla de allí, la apuntó hacia afuera, hacia la alcaldesa, simulando una pistola e insistió: “Aquí no va a haber ningún desalojo”.

En pocos minutos llegó un Grupo de Operaciones Especiales (GOES) de la Policía, un grupo especializado en intervenciones y amenazas urbanas, debido a que las acciones de Hernando se tomaron como un secuestro armado. Las entradas del recinto se cerraron por completo y, luego de dos horas en las que no pasó nada. El GOES ingresó por el techo de la alcaldía de Chapinero y le disparó a Hernando tres tiros. Dos en la pierna y uno en el brazo. 

Hernando fue procesado ese mismo día por secuestro a mano armada, aunque su juicio se atrasó debido a que, por los disparos recibidos, tuvo que pasar un tiempo en el hospital. Perdió parcialmente la movilidad en la mitad de su cuerpo y, en un intento por protegerlo, fue trasladado a la embajada de Suiza mediante el permiso de asilo político -condición que el CINEP le ayudó a obtener-, desde ese entonces Hernando Herrera vive en Suiza. 

Para la comunidad el resultado fue bueno ese día, el desalojo se pospuso y las tanquetas se retiraron del barrio. Jaime se enteró del secuestro por las noticias ese día, no había podido subir a Bosque Calderón porque su agenda académica no se lo permitió. Recuerda estar viendo la televisión y reconocer algo en la pantalla. ―Eso hasta le pusieron un nombre que no era al principio. Ya cuando lo mostraron yo supe que era Hernando. Pero es que hasta estaban diciendo que él era padre jesuita. Él no era padre, él hasta ahora estaba iniciando, como yo. Pero usted sabe cómo son los periodistas, inventan cualquier cosa con tal de ganar vistas. Yo apenas vi eso me cagué de la risa―. 

El secuestro de la alcaldesa fue una historia de fogata los días siguientes: Hernando había amenazado a la inspectora segunda con una peineta que, escondida en su chaqueta, parecía una pistola. “¡Imagínese, detuvimos el desalojo con una peinilla!”, se escuchaba en la fogata. A partir de ahí, y con el recurso del secuestro con peinillas agotado, se empezó a librar una batalla legal con ayuda de las comunidades religiosas (Jesuitas y Carmelitas) y también, con la ayuda de la Universidad Javeriana y el CINEP para mantener la autonomía y soberanía de la comunidad sobre el barrio y el territorio de Bosque Calderón Tejada.

La lucha continuó por años. Jaime no pudo estar hasta el final debido a que partió a Brasil para terminar sus estudios teológicos antes de iniciarse como cura en la comunidad Carmelita. Pero, hablando con sus amigos supo de cerca como continuaron las cosas: casi igual, hasta que, en algún punto, los habitantes de Bosque Calderón, ganaron. 

la división y medición de los terrenos para cada familia facilitó el proceso de legalización de los predios años más tarde.

No fue una victoria instantánea, el reconocimiento legal del barrio no fue sino hasta 2018, sin embargo, los intentos de desalojo pararon a principios de los 2000. Sin embargo, entre 1975 y 1992, se dieron más de 15 intentos de negociaciones entre Alfonso Beltrán Ballesteros y la comunidad de Bosque Calderón Tejada que no pudieron cumplirse. Ya fuera por pleitos legales o porque la comunidad consideraba que los acuerdos no eran justos: algunos pedían desalojar parte del territorio, y eso no era algo que la comunidad de Bosque Calderón Tejada planeaba aceptar.

Jaime recuerda este proceso de resistencia como una de las experiencias más enriquecedoras de su vida. ―Amar a Dios es amar al prójimo. Lo dice en Mateo 25:31-46, cuando Jesús dice: les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí. Mi lucha, la de mis compañeros de clase y ordenación, y la de los habitantes del barrio fue una lucha solidaria por el otro, y, en consecuencia, por Dios. (…) ¿Qué si valió la pena? Ahí está el barrio, esa es la respuesta―. Aunque Jaime abandonó su camino como sacerdote, las enseñanzas que obtuvo acompañando a los habitantes de Bosque Calderón las aplica en su quehacer diario como profesor de filosofía en colegios públicos de Boyacá. 

El reconocimiento del territorio, aunque tardío, fue una de las grandes victorias del barrio y sus habitantes, en su mayoría migrantes. Sin embargo, aún deben enfrentarse a otras injusticias por clase, raza, lugar de origen y sexo.

Bosque Calderón ha sido hogar de migrantes, nacionales e internacionales, que buscan una vida mejor. Pero también ha sido escenario de historias de injusticias, como la de Yuliana Samboní. Y lugar de robos, ataques, asesinatos y estigmatización. Sus habitantes continúan luchando por el reconocimiento de sus derechos: acceso a servicios de agua potable, alcantarillado, educación -hasta el 2017 sólo contaban con una primaria, sin prejardín ni bachillerato- y seguridad. 

Aunque sigue siendo el barrio con calles de tierra, casas incompletas, de lata, madera y ladrillos, también  es el barrio de resistencia que logra mantenerse en medio de edificios modernos que habitan ciudadanos de clases altas. Bosque Calderón Tejada es, ante todo, un hogar entre los bosques de los cerros orientales de Bogotá.

Recursos citados:

Artículo de El Tiempo citado:

https://www.eltiempo.com/bogota/barrio-bosque-calderon-tejada-sera-legalizado-en-2018-110184

Noticia: “Un secuestro de película”:

https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-123984

Fotos obtenidas del archivo fotográfico del Padre Alberto Parra.

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