Por: Andrés Triviño V. y Fernando Camilo Garzón // Redacción Directo Bogotá
Directo Bogotá viajó a Cartagena para hacer el cubrimiento de la edición número 60 del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI), pero, después del primer día, el evento fue cancelado a causa del Coronavirus. Sin embargo, la falta de organización y la irresponsabilidad fueron las causas principales que demostraron porque, este año, el Festival no debió realizarse.
Eran más o menos las 2 de la tarde en Cartagena. La segunda jornada había comenzado. Sin embargo, por la mañana, seguíamos escuchando los rumores que nos dijeron desde el momento en que llegamos: “Van a cancelar el FICCI”. A las 11 de la mañana, La silla vacía fue de los primeros medios en anunciar que el Festival había sido cancelado por la alcaldía de la ciudad. No entendiamos nada, nunca nos llegó una comunicación oficial, no emitieron una palabra y el evento seguía como si la información solo fuera un chisme. Fue en la tarde cuando Felipe Aljure, director creativo del Festival, anunció en una rueda de prensa que el evento no seguía.
El FICCI no debió realizarse este año y fue irresponsable que los organizadores lo mantuvieran hasta las últimas consecuencias. La pandemia que ha supuesto el COVID-19 dio el aviso y el tiempo suficiente para suspender el evento, pero, incluso en el anuncio de la cancelación, la organización siguió sin entender la gravedad de la situación. La mayoría de los asistentes quedaron expuestos en una de las ciudades con mayor foco de contagio en Colombia y el festival no dio respuestas a los invitados.
No se enteraron del Coronavirus
Este año el Festival optó por llamarse la ‘Deriva Cósmica’, muy acorde a lo que fue esta edición; estaban navegando a la deriva del cosmos, ignorando, casi por completo, el contexto de la crisis del coronavirus y las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud.
Para empezar, la mayoría de los eventos eran en salones confinados, llenos de asistentes extranjeros y nacionales, con contacto físico directo y ningún protocolo de prevención; no había tapabocas, no había distancia, había poca información sobre las medidas de higiene y hubo eventos con centenares de asistentes, como la película inaugural Waiting for the Barbarians o el homenaje a Werner Herzog. Además, gran parte de las charlas y funciones se desarrollaban en el centro histórico de Cartagena, sitio preferido de los turistas en la segunda ciudad más visitada de Colombia.
Todos los asistentes fueron expuestos por la organización del FICCI a estar en contacto con extranjeros en la ciudad. Aunque los directores del evento de cine más importante del país aseguraron que los invitados siguieron los protocolos necesarios, no les importó que se expuso a los participantes del festival a estar en contacto con personas que provienen de epicentros de contagio a nivel global. El asunto no era solo velar por los invitados o la gente que venía al Festival, es que no tuvieron en cuenta el riesgo que había en congregar tanta gente en Cartagena por los niveles de propagación que supone el COVID-19.
Todo esto quedó demostrado el día de la cancelación oficial y fue insólito el nivel de desidia que hubo en esa rueda de prensa. Felipe Aljure explicó que por orden de la alcaldía el evento debía ser cancelado. Sin embargo, manifestó su malestar porque, según sus palabras, ellos decidieron continuar con las actividades programadas porque habían tomado precauciones ante la amenaza de contagio. Dijo que, por ejemplo, limitaron el aforo en el Centro de Convenciones a 400 personas, a pesar de tener capacidad para 1.300, igual que en el Teatro Adolfo Mejía en el que caben 650 personas y solo dejaron entrar 400 asistentes. Aljure argumentó que de los invitados al festival ninguno venía procedente de un vuelo de China o Italia, países con las mayores cifras de infectados por el virus, lo que en definitiva demuestra que los organizadores nunca entendieron el riesgo que suponía que este festival se llevara a cabo.
Crónica de una muerte anunciada
Era evidente que este año el festival de cine no debió realizarse. La pandemia era razón suficiente. No obstante, esto no fue lo único que falló en el festival y las cosas ya se veían mal. A pesar de ser un evento que celebraba su edición número 60, la desorganización fue notoria. Previamente, fue casi imposible conocer las actividades del festival. Antes de llegar a Cartagena, a los asistentes, invitados y periodistas no se les informó qué eventos se iban a desarrollar, y el cronograma se puso a disposición con apenas unas semanas de antelación.
Otras ediciones del Festival: FICCI 2018
Ya estando allá, la programación era imposible de entender porque era un plegable del tamaño de una cartelera, demasiado engorrosa. En los eventos que se alcanzaron a realizar, la logística fue muy deficiente. Todas las charlas se tardaban media hora o más en empezar, tenían muy mala acústica y era muy difícil escuchar a los panelistas. Sin contar que el primer día, en el Centro de Formación de la Cooperación Española, lugar central de los eventos académicos, sonaron de la nada las alarmas de emergencia y todo el mundo se vio obligado a evacuar las instalaciones. En el desconcierto y el desorden, la gente empezó a decir que era un simulacro, pero no pasó de ser un rumor. Nadie de logística sabía explicar qué estaba pasando y ya todas las charlas habían sido evacuadas.
¿Quién responde por lo que se perdió?
También es cierto y hay que decirlo, a diferencia de anteriores oportunidades, los 60 años del FICCI tuvo muchas complicaciones. Por un lado, tuvo que solventar el retiro de RCN como patrocinador principal del festival, el cual se mantiene, en su gran mayoría, por los patrocinios de las empresas privadas. Además, muchos de los invitados especiales prefirieron cancelar su viaje a Cartagena por el Covid-19. Werner Herzog, el invitado de lujo de este año, casi no viene por el peligro de contagio. Esto, sumado a los problemas organizativos y la pandemia, dio como resultado un evento muy desbaratado, que no exculpa de responsabilidades a los organizadores.
Las consecuencias las sufrieron los asistentes, principalmente los estudiantes, que compraron las credenciales para solo un día de FICCI y hoy, 20 de marzo, todavía no han recibido la devolución de su dinero, además de las dificultades que ha supuesto el proceso para el reembolso.
Además del riesgo de contagio, periodistas, invitados de la industria, asistentes y gente del cine, y los mismos estudiantes, también quedaron varados en Cartagena con tiquetes y hospedajes pagados. La única respuesta del Festival fue un comunicado y una conferencia donde la dirección ni siquiera estuvo a la altura de reconocer que se equivocaron al mantener, pese a todo, el FICCI este año.
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Un festival de contradicciones
Y por último, pero no menos importante, si organizativamente el festival fue desastroso, muchas decisiones de la programación dejaron mucho que desear. Por ejemplo, este año el festival se esforzó por reivindicar el papel de la mujer colombiana en la industria cinematográfica en los actos académicos.
En los dos días que duraron las conferencias se brindó un espacio para dar visibilidad a las mujeres que hacen cine y demostrar que cargos como la dirección, en las que los hombres siempre han tenido un papel ampliamente dominante, las mujeres tenían la capacidad de tomar las riendas. Pero, en la programación el 74% de los directores en todas las películas eran hombres. Es decir, de 150 directores que el FICCI seleccionó en el festival solo 38 eran mujeres, 111 hombres y uno era de una organización de estudiantes.
Más contradictoria es esta apuesta si se ve que en la sección que estaba dedicada exclusivamente al género femenino, Mujeres en foco, no se trataba en ninguna película la mujer o su papel en nuestro país, todas eran extranjeras y solo una estaba dirigida por una mujer. En las secciones dedicadas al cine colombiano (Ficción, documentales y cortometrajes) se encuentran 5 o 6 directores y ninguna directora. Si mucho, en la secciones de documentales se le abrió espacio a la exhibición de la película de solo una mujer por categoría.
Puede ver las tablas comparativas por sexo en cada categoría.
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Y con esto no queremos decir que a la mujer se le deba dar espacio por ser mujer, pero sí que es muy incoherente pregonar espacios acádemicos de inclusión a la mujer en la industria, para después exhibir solo dos películas colombianas con directoras a cargo.
Es casi tan incoherente como la sección de Cine en los barrios. Una apuesta donde se quiere formar públicos y acercar el espacio del festival a los barrios donde el séptimo arte no llega y lo que se hace es llevar películas como Frozen 2 o Los increíbles. Al estar Felipe Aljure en la dirección artística del evento, uno de los directores de cine más importantes de nuestra historia cinematográfica, sorprenden este tipo de decisiones. Seguimos creyendo que acercar la gente al cine no puede ir de la mano con difundir y compartir la cinematografía nacional, y ojo ¡este es el festival más importante de cine en Colombia!
Rescatamos de las pocas películas que alcanzamos a ver, Salvador, producción colombiana sobre el Palacio de Justicia; Honeyland, película documental sobre la última apicultora de Macedonia del Norte; el documental colombiano Balada para niños muertos, una exploración sobre la relación entre el cine y Andrés Caicedo, y Maadathy, una película India muy cruda que toca, en un multirelato muy interesante, el tema de la violación en esa cultura.
Nos fuimos muy desencantados del festival porque no se debió organizar ante el riesgo de contagio del COVID-19 y porque la organización fue muy deficiente. Hay veces que las películas empiezan mal y encaminan el rumbo, pero, esta vez, ni siquiera pudimos ver el final de la película.
Texto: Fernando Camilo Garzón y Andrés Triviño
Imágenes: @alejandrogonzalez42
Gráficas: Fernando Camilo Garzón
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