El artesano de animales marinos

Por Felipe Gaitán García

Ever Mancilla es un guapireño que encontró en el arte la mejor manera de promover la protección del océano y las especies que lo habitan. Sus enormes manos, que han acariciado el lomo de una ballena jorobada, son capaces de esculpir con maestría, en cascarones del coco, delfines, tortugas, orcas y otros animales que habitan la rica costa Pacífica colombiana.

Ever Mancilla fue uno de los primeros guardaparques de la isla Gorgona. Sus artesanías buscan ser un pequeño llamado a la conciencia para la preservación y el cuidado de los ecosistemas marinos.

Cada vez que Ever Mancilla necesita un respiro, levanta su mirada, observa el río Guapi desde su ventanal, toma un sorbo de café caliente y vuelve a su arte. Los sonidos de la corriente, de los motores de las lanchas y el bullicio de los niños en las calles de Guapi (Cauca), no lo distraen. Permanece silencioso, sentado en su taller: un rincón de su casa, hecha en madera con sus propias manos. Allí labra con sapiencia algunas de las artesanías más icónicas de este territorio del Pacífico colombiano.

Mientras la luz de la mañana se adentra en su ventana, Ever empieza a tallar una cáscara de coco. Con su mano izquierda sostiene la concha vacía de la fruta, y con la derecha lima los pliegues de la corteza para darle forma. Aunque el río suene y los niños griten, él no pierde el ritmo. Después de dos o tres horas culmina su obra: «Es una ballena jorobada», dice, emocionado, el artesano, como si, luego de más de un década esculpiendo formas de animales marinos, tuviera aún la capacidad de sorprenderse de sus propias creaciones.

No es una casualidad que este guapireño que bordea los cincuenta años haya dedicado casi la mitad de su vida a tallar las siluetas y detalles de animales marinos. Hace unas dos décadas fue guarda forestal del Parque Nacional Natural Gorgona, que por aquel entonces aún era administrado por el Inderena (Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente). Recuerda dicha época con nostalgia y dibuja una sonrisa de dientes muy blancos cuando relata alguna de las muchas anécdotas de ese tiempo.

Un día, Ever y otros funcionarios del parque custodiaban la costa cuando, de repente, un resoplido brotó del agua: era una ballena jorobada junto a su cría. Ellos se acercaron tanto a los cetáceos que incluso llegaron a tocarlos. «Su piel es como si fuera una lija, pero más suave, como la arena gruesa», explica. La escena se tornó más extraordinaria cuando empezaron a emerger unas aletas negras y largas. Era un grupo de seis o siete orcas que iban tras la caza del ballenato. El artesano cuenta, conmovido, que las orcas formaron una red de burbujas desde el fondo para desorientar y arrinconar a las yubartas en la superficie y lanzar su ataque. Dos jorobadas más llegaron al rescate del pequeño, pero ya era tarde. Pronto, una mancha roja cubría el verdor del mar. «Todos lloramos esa vez», confiesa.

Las experiencias en Gorgona forjaron su voluntad de proteger y conservar la vida marina. En aquella isla del Pacífico también surgió su espíritu de artesano. En medio de las arduas jornadas como guardaparque, Ever se sentó en la playa y, en la cáscara de un coco, labró con su navaja la silueta de un delfín. Una turista se acercó a apreciar aquella creación, y él se la obsequió, sin advertir que tras de ella venía otro grupo de visitantes, quienes, luego de ver la pequeña obra, le pidieron más.

«Yo también quiero, yo también quiero», decían. «Pasé cuatro días tallando delfines con una segueta de esas grandes: hacía un triángulo, la cabecita, la aleta de arriba y la cola». Después, otras personas empezaron a encomendarle formas diferentes: ballenas, tiburones, orcas y tortugas. «Yo dije: intentémoslo», cuenta.

Han transcurrido al menos veinte años desde aquel episodio. Ever ya no trabaja en la isla Gorgona: Inderena se acabó y los parques nacionales naturales pasaron a ser administrados de forma directa por el Ministerio de Ambiente. Más allá de partir de ese lugar que resignificó su vida, este artesano no quiso que su tiempo allí fuese solo un recuerdo. Su interés en proteger a los animales del mar lo condensó en su arte, que es un mensaje de conciencia y de conservación. Ha perfeccionado de tal manera su técnica que sus artesanías se han convertido en un sello propio, y entre los guapireños es fácil distinguir sus obras por la precisión y delicadeza de los detalles.

Ever confiesa que de pequeño salía a las calles de Guapi con una cauchera en sus manos y les disparaba a las aves. Eran travesuras de niño. Hoy se esfuerza para que los chicos crezcan con la conciencia —que no tuvo él— de no hacerles daño a las criaturas que hacen parte del territorio: «Uno tiene que volverse ecológico y meterse en el mundo de proteger los animales y dar buenos mensajes. Yo les digo a los muchachos: eso no se debe hacer porque cada pajarito tiene a su mamá. La mamá le da comida al pajarito y si le matan a la mamá queda solito. Es como si alguien le mata a su mamá y usted queda solito».

La casa de Ever suele estar llena de niños que suben hasta el rincón donde labra sus animales en el fruto del coco. Se sienten atraídos, les llama la curiosidad saber a qué se dedica ese hombre que se asoma desde el ventanal. Algunos se sientan a su lado e, interesados en aprender sobre su oficio, observan con atención sus movimientos, como si procuraran guardarlos en su memoria. «Mi idea es enseñarles para que ellos sientan la alegría de estar tallando», dice. A esta altura de su vida, piensa en heredar su saber y en sembrar semillas de conciencia en los chicos de su comunidad para que protejan y cuiden la biodiversidad, en particular la de Gorgona.

Desde su ventanal con vista al río Guapi, Ever les enseña a los niños de su comunidad cómo tallar las cáscaras de los cocos para crear siluetas de una gran diversidad de animales. Imagen: Laura Torres.

El ocaso empieza a caer en esta zona del Pacífico colombiano. Ever se levanta de su silla y estira sus casi dos metros de largo. Observa el río y se dirige a su habitación. De allí saca dos libros de zoología para recordar los detalles de su próxima creación: una tortuga caguama. No suele dejar al azar ni una sola característica, por más pequeña que sea, de las distintas especies que recrea. Haber trabajado en la isla de la ciencia también afinó su mirada a la hora de identificar a los animales y conocer a la perfección sus rasgos.

Las manos de Ever tallan una diminuta tortuga caguama hecha a base de cáscara de coco.

Después de ojear la enciclopedia y señalar la tortuga, vuelve a beber de su café, mira el río una vez más, «porque verlo correr es parte de mi inspiración», y se sienta en su taller. Con sus manos grandes, que casi cubren todo el largo del libro, toma otro cascarón de coco y comienza de nuevo su ritual de creación.

¿Cómo puede un cuerpo tan imponente verse tan afable? Es probable escondan la sensibilidad, la humanidad y la sencillez del artista. ¿Cómo pueden unas manos tan grandes esculpir artesanías tan pequeñas con tal sutileza, fragilidad y maestría? Quizás no sean ellas las que labran su arte, sino que su delicado impulso creativo provenga de un rincón más profundo: su devoción, amor y respeto por la vida marina.

«El océano es vida, es lo más grande que tenemos nosotros, es oxígeno. Yo me la gozo haciendo una ballena, una cola de ballena, un delfín, una orca o una tortuga. Lo disfruto. Cuando alguien me compra una artesanía, se lleva una parte de mí».

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Es un proyecto de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana, dedicado al periodismo digital, la producción audiovisual y las narrativas interactivas y transmedia